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Caminata nocturna por La Heroica


Es de noche. El termómetro en mi celular marca 23°. Estos calores primaverales son un anuncio cantado de lo que desde hace algunas semanas varios meteorólogos dan por hecho: el verano próximo será un verano muy caliente. Para muchos, producto del cambio climático que también se ve evidenciado con las bajantes históricas que los últimos tiempos han padecido el Paraná y el Uruguay. Lo cierto es que en pleno octubre, ya se respira verano en Paysandú, una ciudad donde -sobre todo- se respira historia.


Como tantas otras veces, arranco a caminar por calle Ituzaingó rumbo al centro. En general, mis caminatas nocturnas en soledad suelen tener siempre el mismo destino: la Plaza Constitución. La historia de Paysandú está en esta plaza.


Pero también es cierto que todas las ciudades cobran otro sentido al caer la noche y no sé exactamente cuál es el motivo, pero siempre he pensado que este momento del día le da un toque místico y mágico a cada lugar. Aunque debo decir también que salir a caminar cuando la ciudad empieza a dormirse y que uno mismo tiene predisposición para andar más lento (porque a estas horas uno ya no anda mirando el reloj), invita a recorrer la ciudad con una mirada especial.


A la altura de calle Treinta y Tres, ahí donde están las viviendas de militares (una esquina con triste pasado) observo la placa que hay en el piso, la que recuerda allí estaba el cuartel de Infantería Número 8 donde fueron torturados cientos de compatriotas desde 1972 a 1978. Esta es una de las tantas “marcas de la memoria” que se encuentran en la ciudad y que sobre todo simbolizan el espíritu de resistencia que la han caracterizado. Porque esta ciudad no es Heroica solamente por haber resistido a tres sitios, lo es también por haber resistido a la impertinencia de la dictadura militar a la cual el pueblo sanducero le dio la espalda por amplia mayoría en el plebiscito de 1980.


Previo paso por el cuartel de Bomberos, el camino me lleva hacia el Mercado Municipal. Otro lugar que asiduamente es visitado por los sanduceros, particularmente cuando los martes, jueves y domingo se realiza la tradicional feria callejera. La calma de la noche me recuerda los sonidos y las imágenes que día a día allí se ven. Desde los funcionarios municipales que ocupan las oficinas, las camionetas de los feriantes en doble fila para bajar la mercadería, la señora diariera que en cada semana de turismo (con su particular vozarrón) ofrece a cada transeúnte la rifa para ganar “el auto de la Semana de la Cerveza”.


Continúo la caminata por Sarandí hasta llegar el Palacio Municipal, hermoso edificio obra del Arquitecto Bianchi con ornamentos de Francisco Palermo (ambos sanduceros). Un tanto despintado y con desprolijos cables colgando que impiden su mayor destaque, me encuentro ante una de las obras arquitectónicas neoclásicas que hay en Paysandú. A veces aparece algunos de los porteros que salen a fumar y tomar un poco de aire, y siempre que ello ocurre, por supuesto hay tiempo para cruzar alguna charla. Porque Paysandú es muy chico y las posibilidades de cruzarse algún conocido en las calles es muy común.


Y ahora doblo por Zorrilla. Ya a estas horas no flamean las banderas patrias en el Museo. Paso por la esquina del Juzgado y me imagino lo que habrá sido ese viejo edificio cuando allí funcionaba el primer shopping que se instaló en una ciudad del interior, la Tienda París-Londres. Y cuando pienso en eso, también en mi cabeza imagino lo que habrá sido aquel pasado glorioso industrial, tiempo que yo no viví, pero que hoy sigue estando tan presente en los corazones sanduceros. Todavía hay muchos recuerdos frescos en las familias de esta ciudad respecto a la rica historia industrial que tiene Paysandú. Como también es cierto que ese glorioso pasado genera una fuerte nostalgia que impide avanzar hacia el futuro. La industria supo forjar el “espíritu sanducero” del cual muchos aun hablan por estos días. Como también es cierto que cuando se habla de ese espíritu, naturalmente surgen historias relacionadas al pasado, pero nunca al presente. Y mucho menos al futuro.


Finalmente, ahí me topo con el destino final de cada una de mis caminatas. La querida Plaza Constitución, originalmente llamada “Plaza de la Libertad”. Es la plaza que atravieso día a día para ir a trabajar, la que asiduamente visito con mi hijo (mi Leandro). Y ahí está con su monumento a Leandro Gómez y de fondo, el mejor escenario: la imponente Basílica. Seguramente la foto más sacada por cada visitante o turista que llega a estos lares.


Y como siempre suelo hacer, me doy una vueltita manzana pasando por la escalinata de la Iglesia. Observando esa maravilla de edificio que resplandece a la noche con sus farolas anaranjadas. La contemplo, como también contemplo la plaza desde los viejos portones de la Basílica. Miro también hacia la Bella Vista, hacia el puerto y hacia el Sacra. Como en cada recorrido que hago con estudiantes o turistas, dibujo en mi cabeza este paisaje llevado a diciembre de 1864. Me ausento de los sonidos y los paisajes citadinos. Me parece ver allá (por donde está el tanque de OSE) los cañones de los brasileros apuntando hacia la iglesia. De frente, borro edificios y casas y veo venir las bombas del buque de Tamandaré. Mientras que desde el Sacra veo acercar a las tropas de Flores. Me dibujo la ciudad atrincherada y también me abstraigo del aroma industrial que pulula en estas primeras noches de verano. Me parece sentir el olor de la pólvora, del fuego quemando el Baluarte de la Ley y de los cuerpos que se van carbonizando en cada rincón de la plaza, sin tiempo para ser enterrados.


En uno de los bancos que rodea el Monumento a la Libertad, me parece ver a Leandro Gómez recostado y con la tos tuberculosa que lo aquejó durante el sitio, esperando el trágico desenlace, pero esperándolo con la dignidad que los vio enfrentar la situación a sus soldados y también a las heroicas mujeres que optaron por quedarse en la ciudad previo a que ésta sea atacada.


Bajo las escalinatas, ahora voy camino a la plaza y miro hacia la bandera que flamea iluminada en la cúpula de la Iglesia. Me pregunto si la mayoría de los habitantes de esta ciudad sabrá que dicho pabellón se colocó allí por primera vez durante la Defensa. No es menor su simbolismo.


Ahora miro hacia el centro de la plaza. Me es inevitable pensar en que, si bien admiro ese monumento, la historia detrás del mismo no me resulta tan agradable. Yo ni siquiera estaba aquí cuando se inauguró, ni tampoco podría recordarlo aunque hubiera estado. Pero muchos sanduceros me han contado que el acto oficial transcurrió un 2 de enero de 1984, en el tramo final de la dictadura. La obra implicó la creación de un mausoleo (desde hace unos años cerrado por problemas de estructura) pero sobre todo significó la destrucción de una fuente, un espacio muy querido por los habitantes de esta ciudad. También representó una gestión de una dictadura que era rechazada por la mayoría de los habitantes.


Cuentan los más veteranos, que aquel 2 de enero, como forma boicotear al nuevo mausoleo, cientos de sanduceros desfilaron hacia el rincón donde fueron fusilados los héroes de la Defensa. Fueron a darles tributo a ellos y a la misma vez demostraron el descontento con el gobierno de facto.


Pero no solo pienso en lo que fue. También contemplo la ciudad mirando hacia adelante. Porque la memoria es buena para avanzar y no solo para nostalgiar. Paysandú es heroica, Paysandú es resistencia, pero también es una ciudad con una identidad única que la hace especial. La identidad y la memoria sirven para caminar porque sin memoria no hay futuro.


Juan Andrés Pardo

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